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Septicemia



        La palabra no se decía ya que, o la realidad y el sueño eran una amalgama imposible de rasguñar por el lenguaje, o el lenguaje era una oxidada herramienta inútil a devenir de las denotaciones.
Frente a esto último el lenguaje como sistema formal se desploma por un vacío: una palabra inexistente cual hoyo negro succionando todo. Pero el lenguaje no es así, es una constante metamorfosis de imágenes, un constante viaje de las palabras entre las cosas.
        La realidad se pierde sin tener nosotros, asumido que siempre estuvo perdida y en su búsqueda el lenguaje nos hizo olvidar que estaba todo nublado, así como una luz potente nos dejó ciegos.
        El silencio.
        Faltaba una palabra, estaba escondida una palabra, faltaba pensar algo. Era imposible designar aquel vacío con una equis para quedarnos tranquilos y derivar mañana sus cualidades.
        La palabra estaba sucia y oculta provocando septicemia
        ¡Hay que sacarla!
        Esto no es un buen silencio.
        Era cierto que llovían insectos a medio morir, pero como poder hacer entender que era real y no un sueño apocalíptico.
        La palabra era falsa pues el mundo apuñalado dejaba de ser verdad perdiendo la realidad hemofílicamente. Estaba todo podrido. Cada reflejo, cada indicación estaba infectada y se reproducía cada vez que las cosas eran nombradas. Las cosas perdían la cualidad de ser ellas mismas cuando se desordenaban por lo que entonces se sabía y no se sabía. Caía el mundo ajeno a las físicas y a las leyes que aun no se inventaron. Todo era incalzable para nuestros sentidos.
        El silencio de la inverbalización esta mostrando que todo es caos, que la armonía es lo que pudo salvar nuestros recuerdos, buscando relaciones estocásticas, cerrando círculos que nunca existieron. Eso es la realidad, el azar en si mismo multiplicado a la constante bastarda de nuestras percepciones
        El mundo podía ser percibido pero parecía no serlo pues todo lo sentido era nuevo e imposible de apropiar o memorizar. Era una la palabra que no quería salir y que contagió al sujeto y al mundo, pero aun así no era el comienzo del problema: agoniza el mundo y la palabra por un acto perdido de una inconciencia indómita, era lo único que se podía decir. Era una acción: partió creyendo en los sueños como fabulosas muestras del futuro y la realidad como fundamentales insumos para la alucinación. Gustó cual droga a tal punto de enflaquecer el Ser y el predicado del mundo y de las cosas en él
        La memoria. La memoria es el caldo de cultivo, pues en un desliz se embarazo de colectividad y de olvido. Manchó la historia faltando a la exactitud dejando a la humanidad creyendo en ellos mismos.
        ¡Vuelvan su mirada a lo desconocido!
        Se creyó que cada cual es verdad, que todos son la perfecta unidad de medida… la memoria perdió bruscamente el don de hacer las cosas exactas, el don de hacer las cosas deducibles aun teniendo un mar de sucesos desconocidos invitando a pensar en un mito. Se perdió la magia de las secreciones físicas espontáneas recorriendo el cuerpo que significaban números y axiomas, funciones y pactos de convivencia. Se infectó la palabra. No hay juicios ni locuras, no hay de lo uno ni de lo otro, ni punto medio. La palabra esta sucia y oculta, no hay imposibilidades físicas, hay rupturas de pensamiento, desigualdad de la entidad, pérdida de la apercepción, cojera lógica, muerte súbita de la imaginación, golpe de estado a la conciencia, incineración de recuerdos y florecimiento de personalidades. Autopsia de la realidad, desaparición de la misma.


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