Me levanto y levito, me muevo suavemente hasta encontrar la bufanda café, esa que me daba dos vueltas y media y sobraba. Salgo arropado de mis sienes zumbantes, busco el aire en un cigarro antes de lavarme los ojos, recorro el centro que aun no despierta, los suplementeros me detienen con intrigantes noticias que ayer también lo fueron y quizás también anteayer y quizás también ante-anteayer. A esto sólo le falta mar. A la orilla de Antonio Núñez de Fonseca, el puerto se puede ver de frente, sería bueno ir con un vino tibio a ver despertar la ciudad. Me arrepiento, compro pan en el lugar más alejado de la casa, no compro del diario y me devuelvo. Dos huevos fritos son el remedio para encarrilarme a la rutina. Hiervo el agua y recuerdo las lluvias de Valparaíso en calle Fischer, el rio que cruzaba la escalera verticalmente y las ventanas abiertas para sentir aquel frio. Me arropo con la chaqueta de mi abuelo, la que se le rompió los bolsillos, la cuadriculada con chiporrro. Me detengo con un café sobre la calle y recuerdo las conversaciones en la avenida Alemania donde el vino se mezclaba con té verde. Es hora de empezar el día pero cuando no sale el sol, parece que son más las cosas que debo hacer que no hago a diario. Debería leer, leer algún poema de algún poeta que precisamente no está en mi biblioteca, debería leer los mismos textos que a uno le atraen cuando despierta en otro sitio. Menos mal que no compré el diario, menos mal que no prendía la tele. Me mojo la cara un poco y despierto es hora de continuar, apago la música que me hace pensar que soy un protagonista de alguna película y me voy enajernar en la cocina
Diógenes el Cínico aquel que vivía en una tinaja, así como el Chavo del Ocho, Diógenes el Cínico aquel que le entregó un pollo despulpado a Platón para burlarse de la definición de Hombre. Diógenes el Cínico aquel que llamaban perro pero afirmaba que los perros eran sus observadores. Diógenes el Cínico aquel que le pidió a Alejandro Magno que se corriera del sol, aquel que con la ironía decía más que con tratados de filosofía. El mismo es el personaje que inspira el nombre del síndrome por el cual, generalmente los viejos, comienzan a acumular bienes inservibles por el hecho de sentirse desamparados, comienzan a descuidar su aseo mientras se atrincheran en su hogar, si es que lo tienen. Lo más significativo de esta enfermedad nacida en los años 60, es el hecho de no poder distinguir qué es lo útil de lo inútil. Ciertamente Diógenes el Cínico no poseía este síndrome –aunque lo más probable que halla estado siempre desaseado- se deshizo de una vasija con la cual tomaba agua, por consider
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