"Afirman que Anaxímenes dijo que el aire es el principio de todas los cosas y que es infinito en tamaño, y determinado respecto a su cualidad".
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La aldea estaba situada en la periferia de la selva mexicana, tuvo dos nombres, se dice que el primer nombre fue Urlumó, los que supieron de este sitio traducen su nombre como el “lugar donde no entra el viento”. Ya que se situaba en un valle protegido por dos gigantescos cerros tupidos de una densa vegetación. Los ancianos decían que el nombre Urlumó fue acuñado por el patriarca Cotocó, luego de un sueño en que le se apareció el dios Ometeotl.
El segundo nombre de Urlumó lo acuñaron quienes fueron testigos del amor imposible entre Yamá y Ancoló, quienes los vieron pasar entre las calles de tierra, rodeados por una estela de polvo y hojas. Cuentan aquellos, que Urlumó pasó a llamarse Anlumó “lugar donde el viento no puede salir”.
El patriarca Cotocó fue el padre de Yamá, cuenta la historia que la joven princesa Yamá, bella como la flor del aguacate, sigilosa y peligrosa como el puma, luego de cuatro inviernos después de su menarquía, debía buscar un esposo antes que le designaran uno. Obstinada por decidir por su destino, buscó entre los hombres de la aldea, ni nobles ni esclavos le causaron interés, buscaba entre ellos a quien le diera un soplo a su corazón de tal forma que este saltara de gozo. Decidida a encontrar a un esposo subió a la cumbre de uno de los cerros, sabía que una tribu nómade llegaba en los tiempos en que dejaba de llover.
Demoró una tarde en llegar, ahí encontraría a los Arlequé, tribu de la cual no sabemos más de lo que hablan los hijos y nietos de quienes sobrevivieron a la catástrofe. Se decía que ellos habían logrado dominar los tornados y viajaban encumbrándose en sus vientos. Cuenta la leyenda que esta facultad fue entregada por los dioses, en un pacto milenario entre los Arlequé y Ometeotl, el dual dios de las alturas. Éste encargó a los Arlequé a ser los custodios de aquel cordón que une el cielo y la tierra. A cambio de inmortalidad y dominio de los vientos.
Los Arlequé nunca pudieron entrar al valle de Urlumó, Ometeotl les prohibió el ingreso respetando antiguos pactos con otros dioses, pactos que nosotros sólo podemos conocer pero nunca comprender. Sabían ellos que en Urlumó, los frutos se amontonaban en los árboles y que los jabalíes eran los más robustos de la región, escucharon también que las mujeres de Urlumó eran tan bellas que debían en algunos casos cubrir su rostro con improvisados velos para no causar conflictos entre los hombres.
La leyenda cuenta que Ancoló, jinete de Arlequé, fue el primero en ver a Yamá cuando se paró sobre la cima de los cerros, él se acercó con los vientos dejando a Yamá en silencio, ella sólo había escuchado la leyenda y nunca había visto a la tribu, ni su forma de moverse. Ancoló, atónito ante la belleza de Yamá, paseo por sus hombros tocando con cantos suaves los oídos de ella. De un arrebato Ancoló tomó su pelo, y lo olió. Ella asustada tomó sus cabellos que caían sobre su hombro y bajo la cabeza
-Soy Ancoló, jinete de Arlequé.
-Yamá, hija de Cotocó— dijo ella sin levantar la cabeza.
-Saludos a Cotocó princesa.
Dentro de su cuerpo su corazón latía como nunca lo había hecho, sintió que aquello fue efecto del canto sutil de Ancoló.
Ancoló arremolinó los vientos y comenzó a ascender.
-Llévame contigo jinete- gritó Yamá levantando la cabeza
-El viento le está prohibido, como a mí la tierra, no tengo intensiones de desobedecer a los dioses.
-Prohibición rota en el momento en que los vientos de tu boca cantaron en mis oídos. Cuando el viento de tus canciones encendió mi corazón- alcanzó a pronunciar Yamá.
Ancoló la miró con intensidad, la belleza de ella le atraía, giraba sin descanso paseándose a su alrededor, en ocasiones entrando por su nariz y saliendo por su boca. Él tomó sus manos y agitó sus cabellos, ella cerró los ojos mientras se levantaba del suelo. Extendió sus brazos y giro por momentos, el soplo de Ancoló había llegado hasta la mínima célula de su cuerpo, al bajar Yamá le dijo con seguridad
-déjame silbarte en el oído como tú lo has hecho, ser yo el destino de tus viajes por los aires.
-olvidé por completo como es ser parte de la tierra –respondió Ancoló- si tu fueses mi destino, sólo por una o dos tardes en primavera, escucharías mi canción y yo la tuya.
-te llevaré entre mis ropas hasta mi casa, entre mi cuello como un perfume, en mi pecho y en mi voz, saldremos juntos con el consentimiento de mi padre.
Ancoló desconcertado por su belleza accedió.
-Conversaré con Cotocó, le diré que serás mi esposa y viajarás conmigo buscando donde conectar el cielo y la tierra. Serás, princesa, guardiana del puente que creó Ometeotl, emisaria del viento, irrigadora de la vida, destructora de lo frágil. Montarás las brisas, formarás las olas y las dunas, tomarás el agua desde su origen.
-entra en mi pecho y entre mis ropas, se mi canto mientras descendemos por donde vine.
A su paso, las hojas se levantaban, las ramas se enroscaban y caían a su paso, los aldeanos se escondieron entre sus casas, las cuales perdían sus techos al pasó de Yamá. Llegaron al palacio, Ancoló silbó entre las columnas y los pasillos.
-Cotocó, patriarca de Urlumó, recibe mi respeto y admiración, tú que engendraste a Yamá, bella como la flor del aguacate, sigilosa y peligrosa como el puma. Haré de tu hija una Arlequé, será mi esposa y compañera.
Mientras decía aquel discurso, el palacio se quebrajaba con las palabras, las casas perdían sus paredes, los arboles sus hojas y sus frutos, las calles se nublaban por el polvo, que entraba por los rincones arremolinándose en todas partes, Cotocó en silencio y sereno miraba a Ancoló y a su hija.
Yamá –dijo Cotocó con la seguridad de un sacerdote- has traído la muerte a Urlumó, escondida entre sus palabras y tus cantos, escondida en tu corazón vibrante. No serás, hija mía, del viento, ni tú Ancoló de la tierra, se condenarán a la incesante tarea de salir de aquí mientras el pueblo decae en la brisa de sus llantos. Distinguido jinete del viento, has olvidado que las muchachas de Urlumó son el abismo, el acantilado del cual no sale el viento.
Ancoló recorrió la cuidad que se despoblaba mientras su discurso a Cotocó aun se repetía al golpear entre los cerros
Los gritos de Ancoló no cesaron, fueron un eco incansable, mezclado con el llanto de los aldeanos. El valle de Urlumó, maldito por el amor, fue deshabitado, sus ciudadanos tomaron lo que pudieron salvar y huyeron. Yamá se mantuvo expectante al intento imposible de Ancoló por salir de allí, hasta que la muerte la encontró dormida entre las ramas que quedaban esparcidas.
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