Él escribía cartas suicidas, la mejor de todas las escribió cuando se vino de Melipilla a Cartagena. Decía en la carta que muchas veces se preguntó ¿dónde queda el este y el oeste? Su duda partía porque no había nada evidente que determinara estos puntos cardinales. Me acuerdo que parte de su carta hablaba sobre el magnetismo del norte. “el norte se define porque hay una fuente de energía magnética, que mueve estos pequeños instrumentos que nos dicen donde estamos parados”. Para comprender el sur entendía una pequeña ilusión, decía que si caminamos hacia el norte en algún momento comenzaremos a caminar hacia el sur, a diferencia del este o el oeste, si uno camina hacia el oeste no dejará de caminar nunca hacia el oeste, aun pasando por el mismo punto y si uno camina hacia el este sucede lo mismo. Esto lo mantuvo ocupado por un buen tiempo, su carta suicida hablaba de esta duda y una no extraña relación con la perdida del teniente Bello en el litoral central. “en la costa del centro de Chile se van a perder la gente y las cosas, primero se perdió Alejandro Bello un día nublado, quizás su brújula se echó a perder, quizás cayó y no sabía donde estaba. A Vicente Huidobro se le perdió el mar, y lo encontró en el fondo de su tumba.” Yo creo que en su carta pone en evidencia una relación entre Alejandro Bello y Vicente Huidobro. Pareciera que quería dejar en claro que el verdadero Altazor era este piloto perdido. Todos los artefactos le fallaron incluso aquel que era un trozo de tela amarrado a su cuerpo, quizás el viento y la niebla tomaron al joven piloto y lo elevaron hasta el punto en que los objetos dejan de caer y quedan rondando la Tierra. Descubrió que al poeta ese también se le había perdido el este y el oeste diciendo en el viaje en paracaídas que los cuatro puntos cardinales son tres, el norte y el sur. Por eso decidió irse a Cartagena, ahí podría haber algún acantilado que lo mande a otro mundo, por eso su carta suicida antes de viajar. El paseo consistiría en ir a buscar el mar dentro de la tumba de Huidobro y luego el hacerlo llegar hasta la suya, se lanzaría sin paracaídas por algún precipicio de al menos diez metros. Sabía que en la caleta San Pedro podría haber uno de ese tipo. El asunto sería un viaje corto, partía en la mañana sin despedirse y no llegaba nunca más, sus familiares lo buscarían como se buscó hace cien años a Alejandro. Pero la experticia en cartas suicidas lo hizo volver, paso mirando los botes de Cartagena buscando la altura perfecta, pero no se motivó, el mar ya entró en él cuando bajaba el cerro desde la tumba del poeta. Quizás otro día se dijo. Lo más cierto es que volveré a tener otra de estas cartas en mis manos, con otro problema, con otra relación y con otro sueño.
Diógenes el Cínico aquel que vivía en una tinaja, así como el Chavo del Ocho, Diógenes el Cínico aquel que le entregó un pollo despulpado a Platón para burlarse de la definición de Hombre. Diógenes el Cínico aquel que llamaban perro pero afirmaba que los perros eran sus observadores. Diógenes el Cínico aquel que le pidió a Alejandro Magno que se corriera del sol, aquel que con la ironía decía más que con tratados de filosofía. El mismo es el personaje que inspira el nombre del síndrome por el cual, generalmente los viejos, comienzan a acumular bienes inservibles por el hecho de sentirse desamparados, comienzan a descuidar su aseo mientras se atrincheran en su hogar, si es que lo tienen. Lo más significativo de esta enfermedad nacida en los años 60, es el hecho de no poder distinguir qué es lo útil de lo inútil. Ciertamente Diógenes el Cínico no poseía este síndrome –aunque lo más probable que halla estado siempre desaseado- se deshizo de una vasija con la cual tomaba agua, por consider
Hola hermano Ramón. Que suerte haberme topado con tu blog y poder leerte. Me alegro de que sigas el camino del gato literato, y más aún de lo bien que lo estás recorriendo.
ResponderEliminarUn abrazo, Edo Chamorro