Un par de palabras fueron el puente aquella noche. Dos mundos
se cruzaron barajando un sin número posibilidades, la noche anestesiaba hasta el más grande de los monstruos,
pero sólo a algunos los llevaba más allá del mapa. Los puentes son
edificaciones simples salvo los que forman la verborrea incorrecta en los oídos
tolerantes, esos son transversales, se anidan en el fondo de la inconsciencia
luchando por armarse continuamente de recuerdos vagos, son un collage de
impresiones mal vividas y recuerdos en forma de emociones. Cruzarlos no siempre es la meta, configurarlos
lo son todo, cuando el cuerpo no razona,
cuando las manos son bastones torpes, cuando la lengua es un remolino, cuando
el corazón es un dios que se ama a si mismo
Diógenes el Cínico aquel que vivía en una tinaja, así como el Chavo del Ocho, Diógenes el Cínico aquel que le entregó un pollo despulpado a Platón para burlarse de la definición de Hombre. Diógenes el Cínico aquel que llamaban perro pero afirmaba que los perros eran sus observadores. Diógenes el Cínico aquel que le pidió a Alejandro Magno que se corriera del sol, aquel que con la ironía decía más que con tratados de filosofía. El mismo es el personaje que inspira el nombre del síndrome por el cual, generalmente los viejos, comienzan a acumular bienes inservibles por el hecho de sentirse desamparados, comienzan a descuidar su aseo mientras se atrincheran en su hogar, si es que lo tienen. Lo más significativo de esta enfermedad nacida en los años 60, es el hecho de no poder distinguir qué es lo útil de lo inútil. Ciertamente Diógenes el Cínico no poseía este síndrome –aunque lo más probable que halla estado siempre desaseado- se deshizo de una vasija con la cual tomaba agua, por consider
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