La Milú vino de la muerte, con los ojos pegados en la ventana mientras sonaban sus pulmones, sonámbula y heroica.
Hoy la grandeza la absorbe y el frio la atormenta, me oye abrir la puerta y la desesperación la colapsa.
La Milú se sienta en mis piernas a mirar las volutas de humo que se esparcen por la pieza.
Yo te tiro el humo en la cara, a ver si se calma. Rasguña sin saber de la insolación que me afecta
Me levanto y cuelga de mis ropas: la Milú es un niño con tijeras
Avanza con rapidez y muerde mis pies, mis dedos. Mientras camino se atraviesa, huyendo de la abulia que puede significar ser una gata doméstica.
La Milú, cuando logra calmarse, pierde su mirada como si pensara, pero para su felicidad es sólo una gata.
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