La pena ronda el puerto, una sombra persigue, ayer el suelo y el mar cambiaron el ritmo de los días, hoy la rutina se desvaneció en un par de segundos. Un bombardeo de información nos acorrala y nos hace sentir pequeños, frágiles. Preguntas tontas y respuestas inesperadas, los muertos siguen dicen cerca de las diez, un carné perdido, nombres mal dichos. Rápidamente comienzan las excusas y la búsqueda de culpables. Por Internet rondan los pésames y las preguntas. ¿dónde estás?¿por cuál bus viajaste? El destino, el año de mierda, se durmió, no se durmió. El lamento es mutuo, pasa las vallas y nos une. San Antonio y sus familias hoy duermen mal. Todo funcionaba como siempre, un despedida al amanecer como siempre, un frió en el paradero como siempre, un llanto como nunca. Este mal sueño no acaba y no sabemos cuando comenzó.
Diógenes el Cínico aquel que vivía en una tinaja, así como el Chavo del Ocho, Diógenes el Cínico aquel que le entregó un pollo despulpado a Platón para burlarse de la definición de Hombre. Diógenes el Cínico aquel que llamaban perro pero afirmaba que los perros eran sus observadores. Diógenes el Cínico aquel que le pidió a Alejandro Magno que se corriera del sol, aquel que con la ironía decía más que con tratados de filosofía. El mismo es el personaje que inspira el nombre del síndrome por el cual, generalmente los viejos, comienzan a acumular bienes inservibles por el hecho de sentirse desamparados, comienzan a descuidar su aseo mientras se atrincheran en su hogar, si es que lo tienen. Lo más significativo de esta enfermedad nacida en los años 60, es el hecho de no poder distinguir qué es lo útil de lo inútil. Ciertamente Diógenes el Cínico no poseía este síndrome –aunque lo más probable que halla estado siempre desaseado- se deshizo de una vasija con la cual tomaba agua, por consider
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